lunes, 27 de mayo de 2019


Un enfoque mal hecho

La afirmación de nuestras verdades, hasta las más sublimes y absolutas, no debieran ser a costa del rechazo de las personas, instituciones y sociedades de los que no piensan como nosotros.
Las verdades son, desde el llano, un camino desde la simple aprehensión, hasta el convencimiento personal o comunitario de lo que afirmamos como verdades. Muchas las podríamos ver como una “construcción” de las sociedades para organizar su vida y la relación entre las personas: por ejemplo la idea de Justicia donde se busca que básicamente las personas posean los mismos derechos y obligaciones, y donde se busca brindar mejores soluciones a los que poseen mayores dificultades. Las verdades “reveladas” desde lo Divino, podrán tener en lo personal un fundamento que trasciende su misma persona o comunidad, y por ello estarse dispuestos a entregar hasta la propia vida; sin embargo en el contenido de las mismas, en las relaciones humanas, no tienen mayor autoridad que aquellas que son fruto de convencimientos absolutos en la subjetividad de personas y sociedades: “no matarás” por ejemplo. Cómo organizar estas diversas afirmaciones, es un arte y lo llamamos “cultura”.
En todo este tiempo las redes han sostenidamente levantado el tema del aborto con un enfoque por lo menos deficiente, aunque personalmente considero malintencionado en varios casos. Al interno de la Iglesia me ha parecido que se sostienen muchos análisis que no están a la altura que el momento requiere al tratar este tema del aborto, y del juicio al médico Rodríguez Lastra por negarse a su práctica.
El tema de la Ley del aborto y su posicionamiento frente a él, tiene posiciones encontradas y es transversal a toda la sociedad, a todos los partidos políticos e instituciones de la sociedad civil, incluso en la misma Iglesia. Es lícito plantear que no es lícito en ningún caso, por grave que sea, y particularmente lo he vivido de esa manera en intervenciones (del tema por supuesto) personalmente y en terceras personas. Sin embargo, la no distinción de ciertas aristas en el tratamiento del tema es al menos necio:
Un encumbrado moralista católico ha hecho publicaciones de no ser lícito para ningún católico votar a un partido que no se pronuncie en contra de la Ley del aborto, posición que también la ha manifestado Benedicto XVI. Da la impresión de conocer mucho de moral pero poco o nada de política. No existe partido donde algunos de sus miembros no acepten el rechazo de la punición del aborto, por más que manifiesten hacia fuera estar en contra. Menem, nombrado Doctor Honoris Causae por una Universidad de la Iglesia por este tema, tenía su Ministro de Salud que era abortista. En este sentido muchos políticos hablan según la gente quiere escuchar para recibir su voto, ¿habrá alguien capaz de dudarlo?
Veamos: no es lo mismo hablar de la práctica abortiva que de la Ley del aborto. Nadie cuestiona que todo asesinato es absolutamente repudiable, sin embargo puede discutirse (y para algunos de pañuelo celeste, hasta aceptarse) la doctrina Chocobar. He conocido (y escandalizado) de algunos absolutamente contrarios al tratamiento de la Ley, pero que han afirmado sin más, la mano dura frente a pueblos originarios, menores supuestamente delincuentes, y la práctica del gatillo fácil. Toda muerte es repudiable. Paralelamente, ha sido igual con el tema de la guerra y ¡Cuánto debe golpearse el pecho la Iglesia en este punto con la bendición permanente de las armas!
Otra de las cuestiones comunes por estos días, es identificar palmariamente a aquellos que están por un aborto legal, con el progresismo, populismo, grupos de derechos humanos, etc. Cabe preguntarse si no se busca más una excusa para el rechazo de estas ideologías, que al tratamiento de esta ley ordenadora de problemas ya existentes. Ya hemos dicho que es una problemática transversal a toda la sociedad. Y que en todos los grupos hay posturas diversas. Esta rápida identificación pervierte la discusión misma y provoca posiciones irreductibles que siempre termina condenando al grupo contrario. Tengo el personal convencimiento que son temas sembrados para la división social, y que no tener en cuenta este aspecto contamina cualquier reflexión. Rechazo de corazón, en estos temas, a los grupos de católicos conservadores que se niegan a ver estos aspectos en una sana autocrítica. Sintetizo: parten de un absoluto para demonizar posturas a las que son contrarias, condenando más el grupo contrario que la verdad a la que se contraponen. La historia de la Iglesia ya vivió estas posturas extremas particularmente en las Cruzadas y la Inquisición. Triste época del cristianismo.
En la vereda opuesta vemos con mucha tristeza y perplejidad que a los médicos no se les reconozca la “objeción de conciencia” en el tema del aborto. Discusión que también parece ser sembrada. Juzgar a este médico (Rodríguez Lastra) por no cumplir esta “ley” es al menos una burla de lo que debe contener una ley. Pero los argumentos para la defensa de este médico en la vulgaridad de los medios de comunicación, y de ambas partes, yerran (repito, a mi criterio voluntariamente) sin llegar a profundizar en los temas y afirmar las conclusiones antes que los considerandos. La razón fundamental para proteger a este médico, a mi criterio, no es la crueldad del aborto, es la inviolabilidad de la conciencia, y la objeción a cumplir un mandato que a su criterio (y el mío), es aberrante. Centrarlo en la irresuelta cuestión de la ley del aborto es un enfoque mal hecho. Y la posición de afrontar las consecuencias de una ley con la que se discrepa absolutamente es la posición correcta. El testimonio del valor de la conciencia es lo que llevará a limar las posiciones extremas que contaminan las relaciones humanas y la política.
Por no estar a la altura de las verdaderas discusiones, hemos venido perdiendo el valor del testimonio de la verdad. De un lado y de otro se discutió lo que el médico debía hacer, sin dejar lugar a la conciencia del médico que debía decidir en un momento sobre la mejor terapia. Si hubiera hecho lo contrario creo que igualmente hubiera sido condenado, pero por el otro grupo. No es la absolutización de su voluntad, es el respeto a su conciencia entre dos leyes a tener en cuenta.