1-
Fijar posición
Se ha hecho común y
aceptado por todos que, frente a una problemática cualquiera, todos tienen
derecho a opinar… ¡y es cierto! Pero también es cierto que la opinión,
justamente por ser tal, carece de la entidad de cosa fundamentada, o probada, o
al menos trabajada que filosóficamente se reserva para otros niveles de verdad.
Ya distinguían los griegos entre “opinión” (doxa) y “sabiduría” (episteme).
En el caso que nos
ocupa, la “opinión pública” nos obliga a tomar partido ente favorable o no
favorable ante el matrimonio igualitario. Provoca tal toma de opinión el
convertirse en cavernícola o amigo del demonio. Más confusión se provoca cuando
se lo convierte en bandería política a favor o en contra de la Iglesia o del Gobierno,
cuando en realidad en uno y en otro sentido la discusión atraviesa a cada una
de las entidades (y no sería malo que atravesara las convicciones racionales de
cada persona).
Por ello creo que
es necesario comenzar fijando mi posición: frente a matrimonio igualitario si o
no, fijo posición y digo que es un asunto y una realidad muy compleja y por
tanto tomo posición por no basarme en pre-juicios, aunque provengan desde mis
convicciones más profundas de la fe vivida.
Afirmo que es un
asunto muy “complejo” porque se dan en el tema del matrimonio igualitario y en
la negación del mismo, varias de temáticas íntimamente relacionadas a él: sin
ser exhaustivo quisiera nombrar tres: el tema político subyacente en su faz
Iglesia(o Iglesias)-Estado; el tema legal; y el tema cultural (que es también y
particularmente ético).
2-
La fundamentación del contenido de verdad
La cúpula de la Iglesia católica y también
representantes de otras ramas cristianas y de otras confesiones han expresado
aquello que con todo derecho pueden y deben expresar. El problema pareciera ser
el ámbito en que se expresan y unido a él, en el modo con que lo hacen; es
decir, en el fundamento teórico que justifique la intervención sobre el
contenido y la capacidad de expresar verdad.
El
mundo actual considera que es insostenible la cualquier teocracia. En Europa (y
el mundo occidental al menos) las revoluciones inglesas mediados del siglo
XVII, la francesa del XVIII, la italiana del XIX, las anteriores de la Reforma en el norte y
centro de Europa, marcan el fin de la época teocrática y muy difícilmente
vuelva a retornar a ser un modo de concepción de la vida humana.
El Concilio
Vaticano II marcó para la Iglesia Católica,
mal que le pese a los grupos conservadores que aún tratan de borrarlo de la
historia, un antes y un después dentro de su propio pensamiento. La Jerarquía de la Iglesia posee la potestad
de enseñar y dirimir acerca de las verdades de fe y moral, pero sus enseñanzas
tienen grados de adhesión para sus seguidores porque no todo ha de ser tomado
como dogma de fe sino lo expresamente proclamado en ese nivel de verdad. Pero
por otro lado, aunque pertenece más a la Tradición de la Iglesia que a su
enseñanzas puntuales, la
Jerarquía de la
Iglesia ha de tener muy presente el “sensus fidelium” para
cualquier afirmación. Más aún, la
Gaudium et Spes (Constitución dogmática del Concilio
Vaticano) habla de “semillas del Verbo” más allá de las fronteras de la Iglesia y del
Cristianismo. Claramente muestra los sectores conservadores de la Iglesia el olvido de ésto
que ya constituye la “Tradición de la Iglesia”.
Yendo aún más lejos, y entrando en
el terreno de la filosofía y/o de la teología moral, cabe preguntarse: si la
ética es una ciencia humana, ¿hasta qué punto no habrá de concebirla con la
independencia que se da al resto de las ciencias humanas respecto de la fe? En
efecto, en la G et
S citada, en el número 62, párrafo 6, dice: “Vivan los fieles en muy estrecha
unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por comprender su manera
de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los
conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes
descubrimientos con la moral cristiana y
con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la
rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las
ciencias y de los diarios progresos de la técnica; así se capacitarán para
examinar e interpretar todas las cosas con íntegro sentido cristiano”
3-
La politización de un tema que nos pertenece a todos
De nuevo en el plano de la
organización de las sociedades, desde estas premisas es ineludible para el
cristiano (y de todo hombre de buena voluntad) aceptar que la sociedad, que se
organiza en torno a la Constitución
Nacional y que asume la forma de democracia, dicte sus
propias leyes, más allá que éstas se las pudiera considerarse reñidas con “la
moral” que surge de cualquier seguimiento religioso o convicción personal. De
otro modo es ineludible volver a las guerras de religión que creemos haber
superado (aunque a veces resurgen…, como cuando EEUU pretendió convertir sus
ansias de petroleo en una guerra religiosa contra el Islam). La estrategia
elegida por la jerarquía de Iglesia Católica en nuestro país y copiando el
modelo español que muestra pésimo resultado, es digna de análisis.
No menos criticable
ha sido la posición contraria que cualquier opinión en contra al matrimonio
igualitario era calificada como discriminación en la igualdad de derechos. La polarización entre “la ley natural” y “la
discriminación” tomados como absolutos, nos ha dejado fuera de expresión a los
que buscaríamos intentar profundizar en cada uno de los temas que la
comprenden.
Pretender que todos debemos tener
los mismos derechos es una falacia. Hay una discriminación positiva que no
puede nunca cercenarse. Hay derechos específicos que han de cuidarse y
fomentarse. Los derechos del niño son diversos de los derechos de los ancianos,
los derechos del autosustentable no pueden y deben compararse con los que no
alcanzan a serlo. Los derechos del “genio” en cualquier ámbito para llevar a
plenitud sus dones no es discriminación para con los que pertenecemos al común.
La justicia distributiva siempre se ha considerado superior a la conmutativa.
El derecho a no trabajar del jubilado no puede ni debe alcanzar al común de la
sociedad.
Sin duda que debemos afirmar que
ninguna minoría ha de ser discriminada por el hecho de ser minoría. Tampoco que
las minorías impongan su visión o su convicción al resto de la sociedad bajo
pena de delito de lesa humanidad. Ninguna ley positiva puede variar la realidad
de las cosas… y de lo que se trata es el profundizar sobre esa realidad y no
suponerla.
Una sociedad no puede dejar de mirar
cada uno de los problemas sociales que posee, particularmente a aquellas cosas
que hacen a la felicidad de sus integrantes. Tiene la obligación absoluta de ir
resolviendo todas las situaciones de injusticia hacia todos y cada uno de sus
integrantes. Tiene la obligación de prevenir siempre los males, de legislar
para que el derecho a la ciudadanía plena sea ejercido por la totalidad de sus
integrantes. Y a esto nadie puede oponerse; y el que se oponga podría
encontrarse en la autoría de un delito.
Es aquí donde la polarización
culpablemente sostenida, en el caso de tener conciencia (o haber sido aceptada
como estrategia de un macabro matar o morir), encuentra su mayor perversidad:
no se ha luchado por derechos civiles, se ha luchado por la imposición de un
modelo felicidad en vez de debatirlo con sabiduría, pero con fines ajenos a
cualquier altruismo. Ruin sería el haber utilizado un tema tan delicado con
fines de medir fuerzas políticas respecto de otros grupos. La interpretación de
que si se estaba a favor del matrimonio igualitario se estaba a favor del
gobierno o viceversa, es preclaro ejemplo de esto.
4-
Un nuevo modelo cultural de matrimonio
El Congreso
argentino ha afirmado la igualdad de derechos de las personas con orientación
sexual diferente a la heterosexual respecto del matrimonio y la adopción.
Podría también legislar sobre el derecho de los padres/madres a iniciar
sexualmente a sus hijos o dar derecho a los mayores de 14 a abortar sin el
consentimiento de los padres, o bajar la imputabilidad penal a la misma edad en
una era en la que la adolescencia se alarga alarmantemente. Mientras se
mantenga el Congreso dentro de los límites que les marca la Carta Magna, podrán hacer cosas
en bien de todos y también provocar el fracaso de generaciones de argentinos.
Es indudablemente cierto que las leyes también orientan las conductas.
Los problemas
reales han de ser resueltos. Ocultarlos o ignorarlos crea otros problemas
ocultos o ignorados, que cuando saltan a la luz los sufrimos todos.
Pero también el
Congreso deberá evitar el fundamentalismo convirtiendo voluntarísticamente en
supuesto bien moral y social aquello que se ha legislado. Moralidad y legalidad
tienen un ámbito coincidente y otro no coincidente: no todo lo moral es legal,
ni todo lo legal es moral. Lo malo es el reduccionismo de cualquiera de los
extremos.
Con el riesgo de ir
más allá de lo prudente, una pregunta que hace varios años me hago en mis
apreciaciones del mundo donde me toca vivir es si la homosexualidad no se ha
venido infundiendo, al modo de una profecía autocumplida. Fue simbólico en la
película “Tango Feroz” las primeras escenas donde se mostraba el homosexualismo
como una característica de la juventud en la década del 70. Disiento de esta
interpretación social, más bien podría, respecto de este tema anotar lo
contrario: se discriminaba al homosexual y más bien se promovía la caída de los
tabúes en pos de una sexualidad libre y heterosexual. ¿No será que ante el
fracaso de las políticas de control de la natalidad en la cantidad y en el aumento
de enfermedades se nos muestra el modelo de las moscas estériles para el
control de la mosca de la fruta? (perdón por la comparación). Aceptar la
realidad es una cosa y fomentarla es otra.
5-
¿Es igual ser homosexual que heterosexual? (el tema axiológico)
¡¡¡Qué pregunta!!!
Tengo mis particulares preferencias y estoy orgulloso de ellas. No me siento en
más que los que piensen o sean distintos. Si hubiera sido papá hubiera deseado
que mis hijos varones también tuvieran una mujer por compañera y varones si
hubieran sido mujeres. No conocer las vivencias homosexuales no me lleva al
desprecio de las mismas. Las estadísticas de la casuística son totalmente
injustas e ineficaces para el análisis de aquellos que no nos dedicamos a ello
y podría aceptarse sólo con métodos rigurosamente científicos. Pero ¿Se puede
medir la felicidad? Igualmente utilizar las estadísticas para ver qué niños la
pasan peor en cada situación, me parece una irresponsabilidad cuando se hace
posteriormente a una toma de posición para justificar lo que ya se optó sin
admitir lo complejo del asunto.
6-
La
Evangelización y la promoción de los valores propios
Suponiendo que la
posición de la Iglesia Católica
fuera como lo es, y por convicción absoluta; quitando de esta posición todo
elemento discriminatorio; todo elemento desvalorizador; en el total respeto por
la vida y opciones (si es que lo fueran) de los demás. Tiene derecho a imponer
esta concepción a los propios y a los demás?
La Iglesia, como todo grupo humano que forma parte de un grupo mayor como lo es
la sociedad, tiene derecho a promover aquello que considera como valor, como
plenificador para la vida propia y de la sociedad y, mirando hacia adentro, es
obligación testimoniar aquello que su inspirador deja como mandato.
Para la Iglesia como para todo
grupo existe el derecho y es bueno que lo ejerza, de imponer cargas a los
propios que no se valoran como deseables o aceptables para el resto. Muchas de
ellas se convierten en símbolos de la pertenencia, e ideal de vida. Siempre con
el límite del Derecho General (Constitución de un país). La pertenencia puede
determinar las normas morales que enmarcan el compromiso con la Institución.
Cuando estas
imposiciones lesionan de derecho de terceros en el mundo de los derechos
cotidianos, pero también en el universo de valores, costumbres, ritos… Cuando
un médico se atreve a promover las relaciones sexuales libres primero y el
aborto después a mis hijos –si los tuviere- menores de edad, o la droga (legal
o ilegal) está invadiendo mi universo y el de mis hijos sin tener derecho a
ello. Y ni siquiera las leyes del Estado pueden invadir ámbitos que rayan en lo
sagrado, como lo es la familia. No ya por un convencimiento religioso sino por
las más elementales reglas de convivencia. Los derechos propios deben ser respetuosos
con el derecho de los demás. También los cristianos en cuanto ciudadanos son
objetos de todos los derechos que goza el resto de la sociedad aún en sus
convicciones no compartidas.
También la Iglesia tiene derecho a
crear su universo de valores, costumbres, ritos, obligaciones morales. Y tiene
derecho a buscar que éstos se plasmen en leyes y en La Ley que llegará a todos, pero
sólo puede hacerlo desde el convencimiento de sus miembros que son también
ciudadanos y actúan civilmente en cuanto tales. Condición fundamental que el
corporativismo ejercido a veces por la Iglesia y otras entidades del país, renuncien a
ejercerlo respetando la conciencia personal de sus miembros.
La estrategia que
hubiera celebrado en este tema es el testimonio de familias católicas que
trascendiendo la cultura posmoderna hubieran mostrado que la familia que
proclama muestra un modelo digno de ser seguido. Más que negar lo que existe,
lo que trae problemas a todos, incluso a los que profesan estos modos
cuestionados, debiéramos haber puesto el acento en mostrar con hechos que la
propuesta propia es realmente superadora. Es probable que nos hayamos distraído
un buen poco.