domingo, 4 de marzo de 2018

Mano dura y gatillo fácil


Impresiones por el asesinato de David Moreno (20 de diciembre de 2001)



            En aquel momento me encontraba en el Colegio León XIII de Villa Rivera Indarte, a unos dos kilómetros del lugar del asesinato de un niño del barrio donde realizaba parte de mi trabajo como religioso sacerdote… y nunca dejó de estar en mis recuerdos aquella muerte infame de uno de nuestros niños.



            Un grupo de vecinos, en la ocasión, vino a buscarme con el objeto de intervenir en aquella pequeña batalla que se había entablado entre la policía y una muchedumbre del barrio. Inmediatamente fuimos y la cosa estaba que ardía…



“En caso de necesidad todos los bienes son comunes” reza la moral cristiana y era el caso, pues la desocupación que medía el país se acercaba al 40%, pero en nuestro barrio estimaba en un 70% o más. La toma de los supermercados no era un acto sedicioso de un grupo de inadaptados, era la respuesta de un pueblo con hambre. Podría haber organizadores, pero la respuesta era de un pueblo que necesitaba resolver un problema urgente, y había curiosos… que también justificaban su presencia con el sentimiento de impotencia frente al cotidiano sentir de necesidades básicas insatisfechas.



            Cuando llegamos al lugar, David había sido llevado herido. La misma gente me llevó hasta el jefe del operativo. Me presento, en base al pedido de los que me acompañaban, y mi primera impresión era estaba ante hechos imposibles de revertir… el supermercado saqueado, David herido de muerte, la policía dispuesta a seguir matando (¿?), los vecinos indignados…, vencidos…, en la misma impotencia de una situación sin respuesta y sin cambios. Algún joven más enardecido y del mismo barrio, echándome en cara que la Iglesia siempre buscando ahogar los procesos de justicia. Nada que hacer allí.



La impresión que me quedó de aquel momento y confirmada en mi fuero interior por la muerte de otro niño en Rosario, creo, es que la muerte de David no fue fruto sino del protocolo que se manejaba en la fuerza policial. De hecho, la herida-muerte de David, cambia el foco de la discusión del momento: del derecho de tener la alimentación que se necesita para vivir en una nación opulenta de ella, al mandato de proteger los bienes aún a costa de la vida de las personas. Y la actualidad de esta discusión cobra una manifiesta pertinencia.



            Considero que el juicio al oficial que dispara, volvería a trasladar hoy el foco de la discusión Sin menguar en absolutamente nada su responsabilidad individual (disparar la bala de plomo en vez de la de goma que hubiera correspondido), me pregunto si no era parte de un protocolo de muerte gestado por la autoridad que le había también enseñado el absoluto de la obediencia frente a la moralidad de los actos.



            Si tal orden hubiese estado presente podemos aún subir un peldaño más en la valoración moral y legal (¿?) del hecho: ¿en la escuela de policía se aprende que los bienes de capital son de mayor importancia que la vida de las personas, juzgando indiscriminadamente como delito cualquier acto en contra de la propiedad de aquellos bienes?



De ser así, en el banquillo de los acusados debería estar el oficial que actuó, los encubridores del delito (como están hoy) pero también los intervinientes en la cadena de órdenes, que deberían asumir la responsabilidad que les toca en el hecho incontrastable y absoluto: la muerte de un niño curioso de acciones justificables.



Pero dos cosas más aún, de muchísima y creciente actualidad, las fuerzas policiales deberán considerar en todas sus acciones que la obediencia no les exime de la moralidad objetiva y la legalidad de sus uno de sus actos aún con enseñanza en contrario; la sociedad y las leyes deberán corregir un error moral presentado como absoluto: en la protección de la propiedad privada se hace posible hasta las muertes, sean daños colaterales o directos. Los bombardeos de Estados Unidos son muestra cabal de esto. Si así fuera, quien los manda a matar los manda a juicio… desentendiéndose de su suerte…



            Que en el juicio de David, el oficial sea juzgado en su responsabilidad individual, pero que se afirme el absoluto de la vida humana por encima de la propiedad de los bienes, investigando si no hay una cadena de mandos y una perversión moral por falsedad ideológica.


Yucat, abril 2017

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